Acerco el ojo a la mirilla de los recuerdos y atisbo a una adolescente que sentada en el suelo de su habitación, escucha atentamente las nuevas canciones de amor, con las que su adorado grupo "Camela" hace que se le contraiga el corazón. Su mejor amiga está a su lado. Se mira el brazo y señala el vello del mismo, que se le ha erizado por efecto de la candente letra. Cada una digiere anhelante las canciones y sueña con un amor. Cada una sueña con una entrega total a ese alguien, que en sus cabezas todo lo arrasa y con quien en las canciones ellas todo lo viven. Son ingenuas. Inocentes. Adolescentes. Contemplo con melancolía ese momento, que ahora gracias a la visión que me ofrece la retrospectiva, se ha convertido en mágico y decido cerrar la mirilla, para abrir otra en la que las dos adolescentes, son ya unas jovencitas prometedoras, que en un cuarto de baño se acicalan con esmero, maquillándose, planchándose el pelo y estrenando la ropa, que horas antes han adquirido durante su ajetreada tarde de compras. Analizan su imagen reflejada en el espejo desde todos los ángulos posibles, para asegurarse de que todo está como tiene que estar. Están contentas. Tienen muchas ganas de enamorarse. La noche se rinde a sus pies y ellas están dispuestas a conquistar. Cierro la mirilla y sonrío suspirando.
Sin saberlo vivíamos la vida felizmente, sin preocuparnos de otra cosa, que no fuera nosotras mismas y nuestra constante búsqueda de la felicidad.
Deshojando margaritas creíamos en la promesa de un paraíso que nuestro gran amor nos regalaría. Una vida de color de rosa. Tan sólo necesitábamos encontrarlo a Él. Éramos unas románticas y ese amor que no teníamos, nos cegaba y no nos dejaba ver el tesoro que eran nuestras vidas. Nuestra juventud. Nuestra inocencia. Lo veo ahora.
He visto en el pasado una dicha que cuando ocurrió, no experimentaba. Ó experimentaba sin verla. Sin valorarla. Sin disfrutarla del todo. Y por eso me pregunto, si en algún momento del futuro, encontraré en este presente, la felicidad que ahora no hay...